Larissa Villacorta: “Ser visible es un acto de resistencia”

La salvadoreña Larissa Villacorta tiene 32 años, es lesbiana, antropóloga, lesbofeminista, amante de la fotografía y activista por los derechos de las disidencias sexuales. Se define como resiliente, terca, autodidacta y curiosa.
A los 20 años se reconoció lesbiana, después de años de confusión. En esta entrevista con La Lupa cuenta cómo ese proceso de autodescubrimiento no fue fácil y le pasó factura, incluso en sus estudios.
Larissa creció en un contexto donde la heterosexualidad era la norma, y donde no había espacio para nombrarse diferente sin miedo al rechazo. El proceso de asumir su identidad fue largo, lleno de contradicciones, pero también marcó un punto de inflexión en su vida.
“Creo que salir de la invisibilidad lésbica me ha permitido también crear herramientas para mí y herramientas para otras, que nos permitan elegir vidas más vivibles”, admite en esta entrevista.
Formó parte del equipo detrás del libro Ser y transformar: historias de lucha, orgullo y cambio, una publicación que reúne 15 relatos de personas de las disidencias sexuales y de género. Larissa fue la encargada de registrar las fotografías que acompañan cada historia, desde una mirada sensible y comprometida.
El libro fue fruto del trabajo conjunto entre la academia Manos que Hablan y la Colectiva Acuerpadas.
Para ella, contar estas historias —y también contar la propia— es una forma de hacer memoria, de resistir y de generar espacios donde las personas LGBTQ+ puedan sentirse acompañadas.
Sí, a temprana edad. Es bien chistoso, porque a temprana edad no era consciente, quizás fui bien ingenua.
Cuando veía a las niñas, siempre quería que esa niña, que veía y que admiraba, fuera mi mejor amiga. Ese era como mi constante hasta más o menos los 20 años, cuando me autodescubro lesbiana.
No te puedo decir que me haya sentido diferente, pero sí recuerdo siempre tener como esa admiración hacia las niñas y en el momento en el que caigo en cuenta de que en realidad soy lesbiana.
Me hace click en la cabeza y digo: ‘cuando tenía 9 años y quería que esta niña fuera mi mejor amiga y pasar tiempo con esta niña, porque me caía bien, porque nos llevábamos bien, porque me divertía mucho, en realidad posiblemente era porque en ese momento no tenía deseo, pero sí había cierta atracción’. Y me pasó luego de adolescente cuando tu mejor amiga o tus mejores amigas, algunas de tus mejores amigas, no todas, significan muchísimo para vos.
Y por ejemplo, el tener como ese deseo de admiración a otras que confundía, o que no sabía que er que me gustaban las niñas, porque a mí nunca nadie me dijo que tenía la opción de que me pudieran atraer las niñas, sino que yo nací, crecí, lo que aprendí era que las niñas somos heterosexuales, y que, por lo tanto, me tienen que gustar los niños.
De hecho tuve novios en la adolescencia, me atrajeron los chicos y siempre sentía que había algo que faltaba, había algo que no encajaba totalmente. Cuando logro nombrarlo, también, me doy cuenta en retrospectiva cuáles eran las cosas que para mí no encajaban.
Y que, por lo tanto, al enamorarme de una mujer había un montón de cosas que tenía sentido vistas hacia atrás.
A los 18 años fue la primera vez que vi a una pareja de chicas besarse. Fue en una parada de buses, iba para mi casa, iba montada en un bus y vi a dos chicas despedirse en la parada de buses. Y vi que se dieron un beso y en ese momento, creo que lo suprimí, lo que sentí fue como mucha vergüenza, pero no vergüenza mal, sino como nerviosismo, como cuando una situación te pone nerviosa y te ruborizas.
En ese momento, tenía un novio, que es el novio que va a durar hasta los 20 años y esa situación me puso nerviosa, pero lo suprimí, claro, porque en mi cabeza en ese momento era heterosexual.
A los 20 años, conozco a quien luego va a ser mi primera pareja y, por cosas de la vida, dejo a este novio con el que estoy y comienzo a tener una amistad con esa chica. Y nos llevamos tan bien, y la pasamos tan bien, y yo sabía que ella era bisexual en ese momento y que ella había tenido pareja, una pareja chica. Hicimos tanto click, pero sabíamos que ella había tenido novia.
Entonces, empiezo a llegar a su casa, empiezo a visitarla, nos vemos cada semana y en algún punto le cuento a otra amiga lo especial que es esta amiga para mí y ella fue la que me dijo: ‘no es como que vos solo la veas como amiga, en realidad ella te gusta’. Ella me lo dijo y yo le dije: Sí, tenés razón. Creo que sí. No significó conflicto para mí, como te dije anteriormente, fue como como caer en cuenta de estas cosas.
No me lo viví mal hacia adentro, no me lo viví mal, como que a mí más allá de tener lesbofobia internalizada me hizo sentido en ese momento y fue como que ella me gusta, eventualmente nos hicimos pareja. Empecé a buscar información en internet, que en ese momento la información era un poco escasa con relación a ahora que hay un montón de contenido en redes sociales y en páginas, un montón de representación en los medios, pero empecé a buscar videos, a leer un montón, a tomar test qué pasa si me gustan las chicas, bla bla bla bla bla bla.
Y ahí fui como haciéndome la idea de bueno, me gustan las mujeres. No es solo que me guste esta persona, sino que me gustan las mujeres. Y quizás como a los 5 ó 6 meses de relación, cuando había caído en cuenta que me gustaban las mujeres un día platicando le dije: creo que soy lesbiana.
Vuelvo a ver para atrás y veo que esta pieza faltaba y esto me define y me define más que cualquier otra palabra. Y efectivamente así era. Fue como cuando te das cuenta de todo.
Sí. En esa primera relación más que todo porque era chica, mis papás se dieron cuenta de una manera bastante complicada, porque digamos que al principio no fue fácil para mi familia entender que a mí me gustaban las mujeres.
No entendían qué es lo que estaba pasando también, porque estaba en un momento de rebeldía en mi vida y seguramente pensaron que era parte de ese autodescubrimiento lo que implicaba, por ejemplo, no sé, salir de la casa en la noche, quedarme en otra casa, ir a bares como la vida universitaria normal de alguien que estudia en una universidad nacional.
Creo que los primeros meses sentía que tenía que no tanto esconderme, sino que disimular, pero también siempre fui como bien necia, y bien transgresora en ese sentido. Entonces, intentaba hallarle el lado tanto con mi familia como esconderme en la calle, porque se me hacía muy injusto.
Se me hacía muy injusto. Por qué tenía que esconderme de algo que no era malo, no estaba haciendo nada malo en mi cabeza y en mi visión de las cosas, como no estaba haciendo nada negativo, no tenía porque esconderme. Eso no significa que no lo haya vivido con miedo, de hecho politizar mi lesbiandad fue algo que pasó mucho tiempo después.
Entonces hacía lo típico que creo que hacen muchas chicas que es como decir ‘soy lesbiana, pero no soy lesbiana’, como poner, no sé, en las redes sociales una bandera arcoíris, o poner algo para el mes del orgullo, o poner una fotografía de la marcha o recuerdo hacer esas cosas, pero no tan evidente hasta muchísimo tiempo después que fue cuando me asumo como lesbiana y aparte de eso como lesbofeminista que es que asumo el activismo lésbico.
Pues, porque lo soy —ríe—. Terca, yo creo que es una de las palabras que más me definen.
Soy necia, tengo mucha curiosidad también por la vida en general. Me gusta mucho aprender cosas, me gusta mucho descubrir cosas nuevas, experimentar. Yo estudié también Ciencias Sociales y las Ciencias Sociales implican todo el tiempo estar pensando, estar descubriendo cosas nuevas, interactuando con gente.
Resiliente, porque vivir en esta sociedad siendo lesbiana requiere también cierta resiliencia, porque aunque tuve el privilegio y tengo el privilegio ahora de nombrarme abiertamente lesbiana en todos los espacios de mi vida sin que signifique un temor hacia la discriminación, no significa que no lo haya vivido y no significa que, por ejemplo, mi proceso personal no haya sido doloroso en un primer momento porque sí significó dejar amistades. Hubo personas a las que yo amaba muchísimo, y amo muchísimo, que en su momento no lo entendían y su manera de reaccionar fue dejarme de hablar, por ejemplo.
También me costó, creo en el momento en el que me adaptaba a todos los cambios, un bajón en mi educación. Y, entonces, salir de todo eso y entender también que esas cosas nos pasan, porque hay una discriminación estructural. Creo que entenderlo me hace ser resiliente también cómo ir buscando estas maneras y esta creatividad para poder resistir en una cultura que es altamente machista, altamente misógina, altamente lesbofóbica y que es muy patriarcal, clasista y racista también.
Hubo, por ejemplo, comentarios de gente a la que quise mucho en su momento que se sentían con la potestad de decirme: ‘bueno, sí, está bien que seas lesbiana, pero no vayas a ser como esas lesbianas chucas que no se bañan, que se cortan el pelo o que se visten masculino’.
Entonces, siempre en función también de ciertos patrones o ciertos cánones que tienen que ver con lo patriarcal. Y que eso, tal vez en su momento, para mí pudo haber significado o un chiste o un enojo o una broma, pero que son cosas que te marcan. Yo no quisiera, por ejemplo, que se lo dijeran a chicas más jóvenes o que lo tuvieran que escuchar chicas más jóvenes.
Siento que más allá de mi salud emocional o directamente, digamos, como de llegar a una depresión o ansiedad, la situación en sí me hizo perder el foco de la universidad.
De alguna manera canalizaba o evadía por estar viviendo, digamos, no en el closet, pero sí en un entorno en el que no me sentía totalmente aceptada en ese momento, me hizo dejar ciertas cosas de lado simple y sencillamente porque no estaba viviendo la vida como de la forma ideal que la tenés que vivir.
¿Qué quiero decir con esto? Para mí, por ejemplo, significó que yo pasaba más tiempo en la casa de mi pareja que en la mía en ese momento y, por lo tanto, como era mi mecanismo de evasión me enfocaba más en esas cosas que la universidad, porque la universidad empezó a costarme mucho en ese momento.
Pero, estas son cosas que pude ver en retrospectiva que me afectó a nivel como del desarrollo académico, que no son cosas que digamos cuando hablamos de salud mental con relación a las orientaciones sexuales y las identidades de género no es lo primero que sale cuando cuando hablas, lo primero que sale es como depresión, ansiedad, pero no cómo te afecta o en qué aspectos de tu vida te afecta, porque empezás también a vivir otra vida, otra rutina que, posiblemente, yo no hubiera tenido si hubiese sido heterosexual.
Yo siento que, desde que me nombro o me politizo me siento como con muchísimo menos miedo, o sea, a mí no me da miedo experimentar violencia o discriminación en la calle. De hecho creo que salir de la invisibilidad lésbica me ha permitido también como crear herramientas, herramientas para mí y herramientas para otras que nos permitan elegir vidas más vivibles.
Entonces, no me da miedo, efectivamente, sí que vivir en una sociedad patriarcal, machista, misógina, heterocentrada, discriminatoria con las personas LGBTIQ+ genera temor. No es un temor que me paralice, porque tengo el privilegio de tener herramientas para poder ser visible.
Es parte de mi trabajo ser visible, es también parte de mi activismo. Hago investigación en violencia hacia mujeres bisexuales, personas lesbianas y lesbianas no binarias. No me veo, por ejemplo, en un espacio en el que no pueda decir soy lesbiana. También porque creo que he cruzado esa frontera de la aceptación, o sea, en un lugar en el que no me siento aceptada. Primero, porque nadie tiene que aceptarme, no es un lugar al que voy a elegir o en el que voy a priorizar.
Esconderme no es una opción, pero valido muchísimo que existe temor, que otras tengan temor por lo que vaya a decir la familia, porque se vayan a sentir discriminadas, por lo que vaya a decir su entorno, porque van a perder privilegios, porque los ambientes son hostiles y son hostiles también para unas expresiones más que para otras y pienso que mi tarea como como activista, si lo quieres poner así, es ser visibles para que otras tengan la opción de decir, bueno, estoy lista para decirlo, estoy lista para comunicarlo, no le debo nada a nadie, no tengo por qué ser aceptada.
Sí, totalmente. Creo que ser visible es un acto de resistencia, porque también es ser visible en un sistema que intenta constantemente visibilizarlo. A lo largo de la historia a las lesbianas o a las parejas de mujeres se les ha llamado primas, se les ha llamado amiga, los historiadores usualmente en los libros de historia ponen como ah, sí, esas señoras que eran amigas, tenían una amistad romántica y vivían juntas y compartieron casa, posiblemente toda la vida y gastos y dormían en la misma cama. Le es funcional al patriarcado, digamos, como pintarnos de esa manera.
Entonces, ser visible es darle la cara al sistema y decir, no, existimos, resistimos, denunciamos las opresiones estructurales que atravesamos e intentamos también hacer cosas para exigir nuestros derechos, porque también somos sujetas de derechos. Y creo que eso es importante también.
Significa resistencia, significa memoria, genealogías también, porque para mí el mes del orgullo es político, más allá de una fiesta, más allá de un performance, más allá de cualquier cosa.
Para mí es el mes en el que muchas personas son visibles y para mí, principalmente, es una de las fechas conmemorativas en las que politizamos más nuestras existencias. Entonces significa mucho.
También, porque recuerdo constantemente de dónde viene esa lucha, recordamos también quiénes han marcado el camino para que, por ejemplo, ahora nosotras podamos salir a las calles, relativamente de manera libre, pero que podamos hablar acerca de nuestras existencias. Entonces, para mí significa resistencia política.
.