Razia Samim se convirtió en la primera graduada en secundaria de su remota aldea en el sur de Afganistán, inspirando ahora a otras niñas de su zona a seguir estudiando pese a la falta de recursos y el veto contra la educación femenina de los talibanes.

La joven, de 20 años, pertenece a una de las últimas generaciones de mujeres en graduarse antes de que los fundamentalistas prohibiesen el acceso a las aulas de secundaria tras su llegada al poder en 2021, un veto que extendieron luego a la educación superior y universitaria.

Ante la imposibilidad de seguir estudiando, Samim decidió impartir clases a un centenar de niñas en edad de primaria de Kakarano Cheena, su aldea natal ubicada en la provincia sureña de Zabul, que desean seguir sus pasos.

«Nosotras estamos privadas de educación superior, pero decidí ayudar a las niñas pequeñas de mi pueblo», dijo Samim a EFE.

Las restricciones de los fundamentalistas se sumaron a las dificultades que presenta la remota zona donde vive Samim, golpeada por el conflicto armado que asoló el país por casi dos décadas.

Su casa, de hecho, se encontraba en primera línea de guerra entre las fuerzas de seguridad afganas del Gobierno depuesto en 2021 y los fundamentalistas, entonces un grupo insurgente, por lo que se vieron obligados a mudarse a la ciudad.

«Esta zona siempre estuvo bajo guerra entre los talibanes y las fuerzas de seguridad de gobiernos extranjeros, un día unos tenían el control del área y otro día lo tenían otros», explicó la joven.

Sueños truncados

Con los años, Samim volvió a la aldea, donde ahora enseña a más de un centenar de niñas de entre 7 y 12 años con el apoyo financiero del Comité Noruego para Refugiados (NRC, en inglés).

«Soy la única niña educada en mi zona, así que invité a todas las de mi pueblo a venir a estudiar», dijo la joven.

Pero al igual que millones de afganas, el veto a la educación femenina truncó los sueños de Samim, que tras graduarse en secundaria no pudo acceder a la educación superior.

«Soñaba con ser médica y ayudar a mi gente desfavorecida, pero lamentablemente mis sueños no se cumplieron», lamentó.

Junto a su padre, Samim es la principal fuente de ingreso de su familia, formada por 15 miembros, en una de las provincias más pobres de Afganistán.

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La llegada al poder de los talibanes convirtió a Afganistán en el único país del mundo que veta a las mujeres de la educación superior.

A ello se han ido sumando una larga lista de imposiciones como la prohibición de trabajar en ONG, la obligación de salir de casa con el rostro tapado, la segregación por sexos, y la necesidad de ir acompañadas de un miembro masculino familiar para realizar trayectos largos.

Apartadas de la vida social, también se las ha vetado de los centros de estética y de los parques nacionales, así como de realizar deporte o salir en películas.

La realidad que experimentan las afganas a día de hoy se asemeja cada vez más a la época del primer régimen de los talibanes entre 1996 y 2001, cuando en base a una rígida interpretación del islam y su estricto código social conocido como pastunwali recluyeron a las mujeres en el hogar.

Las afganas, además, afrontan esta nueva vida en medio de una crisis humanitaria y económica, que persiste desde hace años en el país y que se agravó con el cierre total de los fondos para la reconstrucción de Afganistán de la comunidad internacional tras la llegada al poder de los talibanes.

«Este es un revés para nuestro país y realmente difícil para las mujeres afganas sobrevivir. Solicito al Gobierno y a la comunidad internacional que abran las puertas de las escuelas», concluyó Samim.

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EFE