Crónica | Managua cinco años después de 2018, una ciudad sitiada
Un recorrido por la capital de Nicaragua en la que la dictadura Ortega-Murillo aumenta la vigilancia y el asedio policial a medida que se acerca el 18 de abril.
Un recorrido por la capital de Nicaragua en la que la dictadura Ortega-Murillo aumenta la vigilancia y el asedio policial a medida que se acerca el 18 de abril.
Pocos lugares en Managua muestran que hace cinco años hubo una revolución cívica social que puso patas arribas el país entero y que hizo temblar a una de las dictaduras más crueles y longevas de Latinoamérica.
Cinco años después del despertar social, los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo se han encargado de intentar borrar cualquier vestigio que revele que hay una población que los repudia y condena.
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Y aunque han eliminado casi todo rastro de las protestas y manifestaciones que ocurrieron en 2018, basta con un pequeño recorrido alrededor de la capital para saber que todavía la lucha social iniciada en aquel abril sigue latente y que la dictadura teme que vuelva a salir a las calles.
“A veces es difícil distinguir cuando hay más policías de lo normal. Siempre hay uno o dos, pero para las elecciones municipales pusieron patrullas y desde que empezó abril también”, dice “Fátima”, una profesora de primaria de un colegio público de Managua que solicitó el anonimato por temor a su integridad.
Fátima y yo pasamos por la rotonda Jean Paul Genie en un interlocal, a punto de empezar un viaje por puntos claves de Managua. Alrededor de la rotonda hay dos patrullas con policías a la par. Fátima hace este recorrido todos los días para ir a su trabajo, y asegura que aunque la presencia de policías es constante, desde inicios de este mes se ha incrementado.
Son las 10 de la mañana y las personas sentadas alrededor de nosotras parecen ajenas a lo que pasa fuera del microbús. Todas tienen totalmente normalizado la presencia de patrullas policiales custodiando las calles desde 2018. Mientras que antes de esa fecha hubiera causado curiosidad, ahora esa es la normalidad.
Una decoración espantosa con arcos de metal y plantas artificiales llenan la rotonda. Hasta hace cinco años, esa decoración puesta por el régimen y pagada por el presupuesto público no existía. Dos “árboles de la vida” o “chayopalos” como los llaman la gente ocupaban el centro de la rotonda, pero en las manifestaciones las personas los botaron en forma de protesta.
Desde entonces, las y los manifestantes se apropiaron del lugar y lo utilizaron como lugar de protesta contra la represión. También se utilizaba especialmente para recordar a las personas que fueron asesinadas, a través de fotos, cruces y altares puestos en toda la rotonda.
Sin embargo, tan rápido el régimen disolvió las protestas a punta de violencia letal, con la misma velocidad destruyeron todo lo que la población colocó en el lugar, para pretender que nunca ocurrió nada. Los altares fueron destruidos, las cruces acabaron en la basura y en su lugar ocupa ahora arcos que no tienen sentido.
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“Antes también había una virgen, la gente la puso ahí después de botar los chayopalos, pero también la quitaron. Quién sabe qué hicieron con ella”, señala Fátima, quien presenció todos los cambios en su momento cuando hacía su recorrido diario.
El interlocal pasa por la rotonda Centroamérica, otras calles que en su momento estuvieron llenas de mensajes antigubernamentales, pintas con grafitis y manchas de colores de la bandera nacional, azul y blanco.
Ahora pinturas grises o blancas cubren cualquier huella de que hubo alguna manifestación, a excepción de los grafitis realizados por fanáticos del régimen. Las palabras “plomo” o la figura de Augusto César Sandino todavía asoman en algunas paredes y postes del lugar. Unas bases metálicas en el piso también muestran que alguna vez hubo un árbol de la vida.
“El intento de querer borrar lo que ocurrió en 2018 fue obvio desde un inicio. Intentaron crear una normalidad que no existía porque no es normal ver policías desplegados en las calles todos los días. Y policías que sabes que no están para cuidarte, sino para impedir que alguien se manifieste”, dice Fátima cuando pasamos por Metrocentro.
Una de las zonas céntricas de Managua, en donde se concentra gran cantidad de buses, microbuses y personas que van y vienen de sus trabajos o universidades, es una de las más vigiladas por la Policía, aunque varía de la época, señala Fátima.
Hoy no hay policías a la vista, pero los días anteriores las patrullas de nuevo estaban en la parada frente al Consejo Supremo Electoral, alrededor de la rotonda Ruben Darío y frente a la Universidad Centroamericana (UCA), así como antimotines armados en los puentes peatonales y en diferentes puntos alrededor de la zona.
Otros transeúntes incluso han visto que la Policía ha ubicado vallas metálicas, miguelitos y patrullas al costado noreste de Plaza El Sol a partir de la seis de la tarde, cuando anteriormente solo había un oficial y conos cerrando el paso. La vigilancia y la aparición de agentes estatales es innegable a partir de este mes.
Fátima indica que la Policía se excusa diciendo que es para resguardar la seguridad en Semana Santa, pero las detenciones arbitrarias a personas opositoras del régimen reflejan que es para evitar que ocurra cualquier manifestación que conmemore el quinto aniversario de la revolución cívica, el 18 de abril.
En los primeros días de este mes de abril, el régimen Ortega-Murillo detuvo a más de 20 personas, según un informe del Monitoreo Azul y Blanco. Las detenciones ocurrieron alrededor de todo el país. Además, se registraron asedios a templos católicos, amenazas, hostigamientos y represiones migratorias, un patrón que se repite cada mes de abril desde 2018.
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La vigilancia en las calles no es la única, en el colegio donde da clases Fátima también existe y en otras instituciones también aumenta. “Cuando viene abril nos llenan de actividades. Ellos hacen sus propias celebraciones y nos ponen a hacer cosas ridículas en el colegio, como hablar de la paz, recordar el supuesto golpe de Estado que se intentó, y nos dan un montón de discursos sobre el tema”, dice Fátima.
Las banderas del Frente Sandinista en las instituciones públicas (que deberían ser apartidistas por naturaleza) también indican que algo no anda bien en el país. Al menos cada cuadra de por medio hay alguna bandera rojinegra imponiéndose en el espacio público.
El puesto de gorras y camisas frente a la Catedral Metropolitana también aumentó la venta de camisetas con imágenes de Daniel Ortega y pañoletas rojo y negro, en representación del partido del régimen. “Siempre que hay una fecha especial como los 19 de julio o las elecciones, ahí se ponen a vender cosas a favor del Gobierno. Ahorita hacen lo mismo”, indica mi compañera de viaje.
En algunos espacios todavía quedan marcas que reflejan lo que ocurrió en 2018. “Viva Nicaragua libre” dice un grafiti escrito en el piso de la Catedral Metropolitana, un lugar que fue refugio para cientos de manifestantes y donde la Policía asesinó a varias personas, incluyendo a menores de edad.
Una mano azul pinta las paredes exteriores de la UCA. Un grupo de estudiantes derramaron pintura azul y blanco en 2019 en dichas paredes y las manchas vertidas siguen hasta el día de hoy. El resto de los muros que contenían escritos contra el régimen están borrados con la pintura gris que cubre el resto de la ciudad.
Aunque la UCA nunca dejó de ser vigilada desde el inicio de las protestas, hacía tiempo que no había más de una patrulla frente a la universidad. Hoy hay dos patrullas distanciadas y antimotines desplegados en la parada de los interlocales, donde Fátima y yo nos bajamos finalmente.
Las personas aquí tampoco se extrañan por los agentes. Fátima bromea que actualmente la gente en Nicaragua se divide en tres, quienes recuerdan 2018 y están en contra del régimen, quienes están a favor del régimen y quienes no quieren saber absolutamente nada sobre el tema.
“La gente ya se acostumbró a ver las banderas en las instituciones, a ver las noticias de detenidos y las cosas que siempre hace el Gobierno. Simplemente se disocian de la realidad que vive Nicaragua hoy en día”, expresa la maestra.
Cuando hacemos el viaje a Plaza Inter, el panorama de un país sitiado se muestra mayor. En algunas calles se puede pasar, en otras no. Unas cuadras están resguardadas por militares armados, en otras están resguardadas por grandes vallas metálicas y en otras hay que pedir permiso o mostrar la cédula para poder entrar. Es como si el Ejército y la Policía estuvieran preparados para una invasión militar.
“Aquí la gente tampoco lo mira raro. Si pueden, evitan a los policías y a los militares nada más”, dice Fátima.
El rostro gigante de Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, se impone en toda la zona y los negocios alrededor que llevan su nombre muestran su apoyo. Las pintas a favor de la dictadura también son más que en otros lados. “Daniel ze queda”, dice mal escrita una.
Las protestas iniciadas por un incendio de la reserva Indio Maíz y por la reforma de pensiones a personas de la tercera edad, cambiaron a un país entero. Cada 18 de abril se cumple un año de un antes y después en la historia de Nicaragua por destapar a una de las dictaduras más sangrientas, que asesinó a al menos 355 nicaragüenses por oponerse a ellos.
Y cada mes de abril se despliega un intento desesperado de la dictadura Ortega-Murillo para que la ciudadanía no lo conmemore, sin saber que con sus acciones, solo lo visibilizan más.