El “autosacrificio” por darle una vida mejor a sus familias es el eterno motivo por el cual cientos de mujeres migran. El precio, partirse en dos y vivir el duelo en silencio. La salvadoreña y socióloga Concepción Carranza, mejor conocida por Cony, trabaja con grupos de mujeres migradas, impulsando herramientas de educación popular feminista, que basa en que «nadie te enseña y nadie te impone».

Eso le ha permitido confirmar que la migración no la vive igual un hombre que una mujer.

“La mujer, la mayoría viene a pagar deudas de los maridos que se quisieron ir a los Estados Unidos y no lo lograron. De mujeres solas porque con ellas ya no están, porque se fueron con una mujer joven o desaparecieron, unas por violencia (…). Entonces la mayoría con que trabajo son mujeres solas y solas que dejaron hijos ¿con quién?, con otras mujeres, con la hermana, con la mamá, algunas con la suegra. Mujeres que cuidan al de allá y sostienen la vida desde aquí”, sostiene Carranza quien es primer mujer Latinoamericana en ganar el Premio Emakumen a la Igualdad 2019.

Carranza, explique que ese sustento va más allá de proveer económicamente y estar pendiente de todo lo que pase entorno a esa familia, pues las mujeres migrantes se culpabilizan de todo lo malo que les ocurra, como por ejemplo; «si el hijo sale mal en clase, la hija sale embarazada o si el hijo la desconoce como su madre», añade Carranza, quien migró en 2001 a Inglaterra donde estuvo unos meses y luego se estableció en el País Vasco, en el norte de España donde reside actualmente.

“Cuando llegan aquí (a País Vasco) viven siempre con la culpa el autosacrificio y se dicen: ¡como estoy aquí!, entonces voy sostener todo lo más y menos, y siempre bajo una mirada de que allá se hace bastante, y como luego mandamos la foto alegre ya con una manera de cuidarnos, el sentir que ha valido la pena. De que los demás no sufran. ¿Ha valido la pena?, así me esté muriendo, así he mentido, eso tiene que ver los procesos de cada una”, explica la experta.

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Esos procesos personales hacen que las mujeres se enfermen, pues son duelos que no se miran, pero indica que, “hay que asumir que la migración tiene todo eso no porque quisiéramos que la migración sea así, sino que hay un sistema hecho para que la migración sea así”.

Admite que, a pesar que los esfuerzos en apoyar a las mujeres son “migajitas” en comparación a la necesidad que existe, Carranza mantiene su apuesta junto a organizaciones que la acompañan en su trabajo utilizando de herramienta la educación popular, pues admite que ni en El Salvador que es cuna de esa metodología hay suficiente apuesta, mucho menos en la sociedad vasca, pero que los frutos de ese trabajo se palpan con el cambio de condiciones de vida de las mujeres.

“Cuando ellas me dicen ‘que importante para mí haber sabido de todos mis derechos’ por no tener papeles y ahora sé punto a punto.  ¡Ay! de quitarme esta carga de no maternidad, pero tan siquiera escucho que hay otras formas de ser madre. De que en ningún momento es mala, sino que mujer buena no existe sino es la madre real. La que le toco esto: que nunca ha abandonado o abandonase o abandonó en un laberinto en un hoyo con lobos a sus hijos, que no se tiene que creer eso (…) Las mujeres son las que van dando respuesta de sanar esos procesos”, cuenta Carranza.

Concepción Carranza ha acompañado a mujeres migrantes en su proceso mediante la educación popular.

Los trabajos que encasillan a las migrantes

En ese lapso de asimilar el cambio de país, de vida y de oficio, el país que las recibe encasilla a las mujeres migrantes para laborar en cuidados del hogar o con personas dependiente.

“Mucha gente no sabe lo que pasa con la tarjeta de extranjería, para que nosotras logremos la primera tarjeta de arraigo social es trabajos de cuidado sí y solamente sí”, resalta Carranza quien estuvo más de 10 años ejerciendo como interna, cuya experiencia le permite un mayor acercamiento a este grupo de trabajadoras que representa casi el total de las ocupaciones de las mujeres centroamericanas en el País Vasco.

Mientras trabajaba de interna, participaba paralelamente en actividades donde compartía sus conocimientos y experiencia con personas migradas. En la actualidad trabaja de lleno en su labor de educadora popular feminista, aunque en condiciones precarias, asegura, pero que la llena a nivel personal.

Carranza resiente que exista desinformación sobre el aporte que damos los migrantes a la economía de este país, pues en su mayoría son jóvenes quienes están dando su trabajo y la retribución es mínima o invisibilizada.

“Ya hay anuncios que quieren empleada de buen ver, que sepan cocinar que no tenga marido, ni hijos, ¿pueden imaginar lo que están diciendo en una sociedad ejemplar de derechos humanos?, las personas que vienen con todo, ¿quién no va a querer ver en algún momento a sus hijas o sus hijos?”, cuestiona Carranza quien agrega que las mujeres que trabajan de interna en su mayoría están entre los 25 a 40 años de edad.

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Por ello insiste, que hay que prestarle atención a esos mensajes y no pasarlos desapercibidos porque «merecemos estar aquí» , porque «es nuestro derecho y quien quiera venir es un derecho porque migrar es un derecho (…) pero que se pueda vivir dignamente con todo lo que merece toda persona”.

Premio Emakumen a la Igualdad

El Premio Emakumen a la Igualdad 2019, lo otorga el Instituto Vasco de la Mujer a personas físicas o jurídicas que se distinguen por impulsar la igualdad entre hombres y mujeres.

Carranza dice que lo acepta “porque hay detrás un grupo no fue ni una ni dos, sino todo ese recorrido que he hecho desde la militancia en diferentes cosas, en la marcha mundial, en feminista Express, en Salda Badago que son jornadas feministas, es una manera de reconocerme a mí, pero más que a mí a todas esas voces que han visto este hacer y esta metodología que no es que sea un libro, sino toda una fuerza que nace en Brasil con Paulo Freire que tiene miles de seguidores en el mundo entonces ya desde ahí lo fui aceptando”.

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